Mi canto no se ataja,
es una promesa de amor eterno,
que contempla lo que se debe contemplar
para poder prometer.
Así me anclo a lo que sé muy bien que puede hundirme.
Porque también tengo mi baldecito para cuando esté en el fondo,
y necesite un poco de aire para consumir lo que quede
de mis cuerdas vocales
y de aliento mortal;
desesperando
por dejar un grito
que estalle lejos de mi tumba.
Decime que no saliste de un sueño,
tratá de engañarme,
que no te voy a creer.
Yo sé que aquello que persigo
apunta hacia algo
a lo que vos perseguís
también apunta.
Acordate del calorcito y de la arena manchada.
De las fotos y de la prótesis.
Fijate cómo agarramos los tenedores.
Fijate cómo se disipa todo
y no nos queremos despegar.
No niegues.
Ya ni te pido que me sonrías.
Quizás la abstracción
pueda poco
y me aventure,
comprometiendo mi cuerpo
en algo más
que una lenta espera
hacia la decrepitud,
mezclada con jugos
y carne que rebota contra pavimento,
y tierra que se pega al sudor,
y vuelve a pararse
y se enrosca
y tiembla.
Aquí ya no pido que me siga nadie.
Tampoco quiero volverme permisivo.
Por ahora no quiero,
y es motivo vano de preocupación,
al menos constante.
Anticipate para estar preparada
para vivir mundos como nos pintaron
algunos
de nuestros artistas favoritos,
y soñaremos mejor.
Ya vendrán los años para sentirnos sacrificables, dije.